viernes, 3 de diciembre de 2010

Paseando por La Llovizna

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Tomada de Flickr.com
 
Luego de haber aceptado la invitación de una amiga llamada Nancy, nos dirigíamos en su camioneta hacia el parque La Llovizna. Eran las 7 de la mañana y en cada semáforo de Puerto Ordaz había un pregonero, ese es el nombre con el que se conoce a los vendedores ambulantes de periódico.

Nos detuvimos en una de las esquinas y aproveché la oportunidad para comprar la prensa y leer un poco sobre el acontecer regional. Continuamos nuestro camino por la avenida Sucre Figarella, la cual nos llevaría directamente a nuestro destino.
Rodamos alrededor de diez minutos más y al fin llegamos. Al bajarnos del carro una gran vegetación, mujeres con vestimenta deportiva, vigilantes y ciclistas, era lo que  a simple vista se observaba en la entrada de La Llovizna, algunos apenas comenzaban a hacer su rutina de ejercicios, mientras que otros, los más madrugadores, ya habían quemado las calorías del día e iban saliendo.
Empezamos a caminar hacia adentro, mientras tanto hablábamos sobre banalidades como dietas, cabello y ropa. Me llamó la atención que dentro del parque hay personas de todas las edades.
Nancy se detuvo para hacer un estiramiento de sus músculos antes de caminar varios kilómetros en el parque, y al verla hice lo mismo para no sufrir daños posteriores.
- Mejor te hago caso antes de que se me desgarre un músculo, le dije riéndome.
Al voltear la mirada a mi derecha, en uno de los bancos de piedra que hay dentro del parque estaba un muchacho con aires de bohemio, concentrado y mirando fijamente una flor mientras sostenía un cuaderno y un lápiz. Cuando lo detallé noté que a diferencia del resto de las personas, el estaba dibujando. Había encontrado su musa inspiradora rodeado de la naturaleza.
Ahora sí, Nancy y yo comenzamos nuestra ruta de ejercicios, cada vez aumentábamos la velocidad de nuestro paso con el fin de sudar más. Caminamos, caminamos y caminamos, durante el recorrido vimos de todo: niños corriendo de un lado a otro, mujeres que parecían ir a un concurso de belleza de tanto maquillaje, hombres que veían a las mujeres detalladamente, mujeres que veían a los hombres con repudio o con deseo, personas haciendo yoga o ejercicios espirituales para encontrar su yo interior, en fin, muchas cosas.
- ¡Al fin! gritamos Nancy y yo al unísono.
Allí estaba, imponente, desbordante e impresionante, el Salto La Llovizna, una cascada hermosa de tal fuerza que desde lejos el rocío que se desprende de él alcanza a mojar a los visitantes del parque.

Nos detuvimos allí por mucho rato a pensar y a reflexionar ante tal belleza natural, ya había pasado aproximadamente una hora y media desde que llegamos y no nos queríamos mover de ese bello lugar, pero había que hacerlo: ambas debíamos volver a la realidad de nuestro día a día, el trabajo nos esperaba.
Antes de salir, nos detuvimos a tomar unos jugos naturales deliciosos que venden en dentro del parque, Nancy se tomó uno de parchita y yo uno de papelón con limón mientras hablábamos en una de las mesas.
Ya estábamos a pocos metros de la salida donde habíamos dejado el carro, caminamos un poco más para salir del parque luego de haber pasado casi dos horas de relajación en él.

El parque La Llovizna es un excelente lugar en el que no sólo pueden ejercitarse las personas, sino respirar aire puro, relajarse, pensar, entre tantas cosas más. Para mí, ir hasta allá es disfrutar de la naturaleza, que aunque está dentro de la ciudad, se escapa de los ruidos y el urbanismo de la misma.


¿Cómo llegar?


Tomado de Google Maps.




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